IRA Y RESENTIMIENTO DEL CUIDADOR

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IRA Y RESENTIMIENTO DEL CUIDADOR

“Comencé a enfadarme con él cuando constantemente perdía objetos o había que contarle una y otra vez las mismas cosas, y luego las olvidaba a los 5 minutos. Me enfadaba constantemente porque no entendía que me hubiera tocado vivir semejante situación y veía que poco a poco se me estaba escapando la vida”

Son muchos los cuidadores que, dentro de las sensaciones que experimentan durante el cuidado del enfermo de Alzheimer, manifiestan tener un sentimiento de culpa porque se enfadan frecuentemente con el enfermo o pierden la paciencia cuando la situación les desborda.

Otros cuentan que tienen siempre un recelo permanente con el enfermo porque lo “culpabilizan” de la situación que les ha tocado vivir.

La ira hacia el enfermo es uno de los muchos sentimientos que tiene el cuidador y posiblemente el más ocultado, porque lleva aparejado un gran sentimiento de culpa.

Esta ira que el cuidador siente hacia el enfermo y en general hacia la situación que le está tocando vivir, es una más de las válvulas de escape que sirven para afrontar el día a día con un enfermo de Alzheimer. Cuidar 24 horas al día o convivir con una persona de estas características requiere que el cuidador aparque su vida para dedicarla a otra persona, pero no sólo es eso, es estar dispuesto a lidiar con los comportamientos agresivos, erráticos o confusos del enfermo, ayudarle en todo lo que necesite, repetir las cosas una y otra vez y, por supuesto, velar para que no le pase nada.Así que que dentro de esta vorágine de tareas impuestas, una de las sensaciones que tiene el cuidador es este estado de enfado permanente que le lleva muchas veces a desear que todo acabe, no sin sentirse culpable de tener estos deseos.

¿Queréis saber de dónde viene la ira y el resentimiento hacia el enfermo?

Pues puede tener varios orígenes, los más llamativos y que identificareis con facilidad los que seáis cuidadores son :

  • El aislamiento que sufrís al cuidar de una persona dependiente.
  • Las grandes renuncias que se hacen cuando hay que cuidar de otra persona que nos necesita las 24 horas del día.
  • Tener que repetir lo mismo una y otra vez para comprobar que el enfermo no recuerda lo que le habéis contado.
  • El miedo y la incertidumbre ante el futuro.
  • El carácter incurable de la enfermedad, algo que hace que no veáis salida a la situación que vivís.
  • Y, por ultimo y como plato estrella, la ausencia de ayuda de otros miembros de la familia.

Quiero centrarme especialmente en este último punto. A veces los cuidadores son designados por la familia en consenso, pero otras muchas (la mayoría diría yo, corregidme si me equivoco) se queda con el enfermo el que siempre ha estado con él, el hermano o pariente más dispuesto o sencillamente el que no tiene otro remedio. Es esta última situación la que más ira y resentimiento genera en el cuidador, porque cuidar es una tarea muy dura, que requiere que aparquemos nuestra vida a un lado, mas aún cuando no recibimos ayuda por parte de nadie.

A veces la familia se aleja inconscientemente del enfermo porque no sabe cómo tratarlo y tiene miedo de sus reacciones. Otras, simplemente se aleja porque es más cómodo no ver la situación y, en ambos casos, es el cuidador principal el que tiene que encargarse de todo. Cuando digo todo, es todo, desde el más simple detalle hasta aspectos importantes como el manejo del patrimonio del enfermo (no sin problemas por parte de la familia restante), decidir sobre el centro de día al que irá el enfermo o tomar partido a la hora de resolver cuestiones médicas de vital importancia. Esto sobrecarga al cuidador en exceso, y no es extraño que sienta ira y resentimiento hacia la familia, e incluso hacia el propio enfermo.

Muchos cuidadores me escriben diciendo que a veces se han sorprendido pensando en el día en que todo acabe y curiosamente no se han sentido apenados sino liberados. Es un sentimiento que les hace sentir culpables pero que a la vez, les reafirma en la situación de soledad y abandono en la que viven por parte de la familia. Es este componente junto con la falta de reconocimiento a lo que hacen, lo que les hace fantasear con el día en que finalice el papel que les ha tocado desempeñar.

Os animo a que me escribáis contándome vuestras experiencias al respecto, si me autorizáis a que las haga públicas podemos escribir un diario de testimonios de cuidadores que hayan experimentado esto que os describo y así ayudar a otros muchos que se encuentren en la misma situación.

Si os apetece compartir vuestro testimonio podéis ir al apartado contacto de esta web y escribirme.

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1 Comentario

  1. Victor dice:

    Así es. Tal cual. Este es mi artículo. A mí me tocó la china tanto por consenso del resto de la familia como por no tener más remedio. Los demás no querían renunciar a sus vidas ya hechas, a su libertad, y se suponía que la mía no valía tanto (no entraré en detalles) y podía hacer el sacrificio. Además, la casa donde vivo es la de mi enfermo, y era quien más tiempo había convivido con él, así que era el candidato ideal. Nunca ha habido ayuda por parte del resto de mi familia, y realmente eso puedo asumirlo y entenderlo. Posiblemente yo hubiera hecho lo mismo que ellos de haber podido. Pero hay algo que me revienta y me llena de sentimientos de odio hacia ellos, y es que, encima de que no ayudan y sólo vengan de higos a brevas (y sólo unos minutos a “cumplir”, para que no se diga que no visitan al enfermo y tal), me miren por encima del hombro, me hablen con desprecio, critiquen cada cosa que hago, y me exijan una paciencia, una dedicación y una perfección que ellos jamás tendrían. Una vez, en un estado de desesperación, les rogué ayuda, porque si no me ayudaban no me iba a quedar más remedio que internarlo. “Sí, sí, claro, te ayudaremos, mañana empezamos…”. Todo siguió exactamente igual. Y no lo interné, seguí aguantando no sé ni cómo. Ahora unos me reprochan que no lo interne, y otros que haya pensado siquiera en tan horrenda posibilidad (aunque sé perfectamente que si estos últimos tuvieran que ocuparse de él acabarían internándolo en tiempo récord). Lo más surrealista: uno de mis hermanos, el que peor consideración me tiene, llegó a decir que yo había intentado arrebatarle a su padre pensando en meterlo en un asilo. Y también suelen decir que soy mal cuidador e incluso maltratador, porque a mi padre a veces le da por decir que lo tengo una semana sin comer ni beber, que soy muy malo, que meto a extraños en casa para que le roben y lo molesten, que lo dejo solo durante días, o cualquier disparate que se le ocurra (como lo de ponerle veneno en los pañales), y todo eso es mentira, pero mis hermanos dicen que si él dice eso por algo será, y que debería darme vergüenza. Pero eso sí, en ningún momento ellos, que tantos golpes de pecho se dan alardeando de lo mucho que lo quieren, hacen el menor intento por alejarlo de su perverso “maltratador” y llevárselo con ellos. Porque primero están sus vidas y su libertad. Así que ¿cómo no voy a odiarlos?
    Y naturalmente, también suelo sentir ira hacia mi desdichado enfermo. No puedo evitarlo, porque cuidarlo ha convertido mi vida en una no-vida, y ha acabado con cualquier posibilidad de una vida digna en el futuro. Me ha afectado incluso la salud, y ni siquiera puedo ir al médico para que me vea, por no poder dejarlo solo. He ido perdiéndole empatía, y que sea de los enfermos más difíciles no ayuda precisamente a recuperarla. Es como un sentimiento atávico, selvático. Es como si fueras un animal en la selva y un depredador (entiéndase tu enfermo) amenazara tu vida (entiéndase tu salud, tu libertad, tu paz mental, tu todo) y tienes que luchar por ella, tienes que luchar porque quiere devorarte, y lo que sientes por tu atacante no va a ser precisamente amor, no sé si me explico. Es una rabia instintiva, de intentar sobrevivir. Luego te sientes avergonzado y culpable, pero no puedes evitar volver a sentir esa rabia cuando vuelves a sentirte “amenazado”.
    Quiero que esta vida acabe, pero creo que luego tampoco podré vivir.

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